miércoles, 15 de abril de 2015

PORQUÉ NO SE PUEDEN CAZAR LOS DODOS

En una pequeña y montañosa isla de mar Indico, llamada Isla Mauricio, allá por el año 1.660 vivía Berto, un tejedor famoso por la belleza de sus esteras y sombreros. Nadie sabía el secreto del tejedor, sólo yo. Y como Berto murió hace muchos años, te lo voy a contar.

En la isla Mauricio crecían esbeltas palmeras que daban unos frutos parecidos a coquitos tan grandes como un huevo de gallina. Los coquitos tenían cáscara gruesa y dura cubierta con una capa de fibras. Con estas fibras Berto hacía sus tejidos.

- ¡Teresa! -le decía a su mujer - ¡Vamos a ver si ya los cangrejos dejaron sus nidos!
- ¡Ya voy Berto! – contestaba ella y ambos iban a la playa y buscaban al pie de las palmeras, entre las plantas de orquídeas.
Me preguntarás ¿Qué tienen que ver los nidos del cangrejo con los tejidos de Berto?... Ese era el secreto.




Los cangrejos arrancaban la fibra de los coquitos y la ablandaban hasta convertirla en suaves hebras con las que hacían sus nidos.
Berto usaba estas suaves hebras de los nidos abandonados y no la fibra dura.






Durante la primavera, la playa se cubría de orquídeas rojas, y los chupamieles, unos pequeños pajaritos, revoloteaban junto a las flores, tomando su néctar.



Berto y Teresa no sabían que además de tomar el néctar, los chupamieles permitían la polinización de las orquídeas, pues su cabecita se impregnaba del polen de las flores y ellos lo transportaban a otras flores. Las semillas de orquídea caían a las grietas de los troncos y la planta luego crecía arrastrándose por la arena.

A su vez, los chupamieles construían sus nidos en las palmeras de uno o dos años, pues no les gustaban las hojas duras de las palmeras viejas.

- ¿Qué haríamos nosotros sin las palmeras? – le preguntó Teresa un día.
- Mejor ni pensarlo – respondió Berto – sin las palmeras no tendríamos cocos, ni los nidos de cangrejo… mejor ni pensarlo.

Todo estaba muy bien, ¡Pero estaban los Dodos!
-¡Berto, Berto! – Gritaba Teresa cuando veía alguno – ahí hay uno de esos pajarracos…
Y Berto armado de un garrote salía a perseguir al Dodo y lo golpeaba hasta matarlo.
¿Quieres saber por qué Berto mataba los Dodos? Pues porque el Dodo se tragaba de un bocado los cocos que tanto necesitaba el tejedor.

El Dodo era grande como un pavo y parecido a una paloma. Corría, y corría pues no podía volar, y como era muy torpe y pesado, Berto siempre lo alcanzaba. Hasta que un día… sucedió que ya no hubo más Dodos. Berto los había matado a todos.
-¡Por fin! -le dijo Berto a su mujer – se acabaron los Dodos, no hay nada de qué preocuparse.
¡Pobre Berto! ¡No podía saber lo que sucedería!
Pasó un año… y todo parecía ir igual que de costumbre, pero algo llamó la atención de Teresa.

- ¿Te has fijado Berto que no hay retoños de palmeras este año?
– Para qué te vas a preocupar por eso, si hay tantas palmeras…

Al año siguiente sucedió lo mismo: ni un solo retoño apareció en el lugar. Entonces ambos se preocuparon un poco, pero como había tantas palmeras, pronto se olvidaron de ello.

Y ahora te contaré un secreto que ni Berto ni su mujer supieron: No había palmeras nuevas porque no había Dodos. Normalmente los cocos caen al suelo y después de un tiempo, como tu sabes, el embrión en su interior produce una raíz. La raíz crece y ¡Ploof! rompe la cáscara y se entierra en la arena y ¡Plump! Entonces un diminuto tallo verde sale al aire, y al cabo de un par de años otra gran palmera agitará sus hojas junto al mar.

Berto creía que así debía suceder:
- Ahí están los cocos, no veo por qué no brotan – exclamaba indignado.

Pero las palmeras de la Isla Mauricio eran de otra especie, sus frutos tenían la cáscara tan dura, que la raíz, por más fuerza que hiciera, no lograba romperla… y por eso no había brotado ninguna palmera.

Pero el dodo… ¿Recuerdas que el Dodo se tragaba de un bocado los pequeños coquitos? ¡Claro que  él se los tragaba porque era muy glotón! Y ahora te  diré lo que Berto ni Teresa sabían!
El coco simplemente pasaba de largo por el sistema digestivo del Dodo. Allí, los músculos  trituradores y los jugos digestivos lograban reblandecer la dura cáscara, pero no la deshacían totalmente, así que, finalmente, el coco era eliminado junto con todo el alimento no digerido y volvía a quedar en la arena. Y entonces iPloof!  La raíz lograba romper la cáscara reblandecida y se enterraba en la arena. Y ¡Plump! Un diminuto tallo salía al aire y muy pronto se convertía en otra hermosa palmera.

Como puedes ver, era el dodo, el que al tragarse aquellos frutos permitía que las palmeras se reprodujeran: Desaparecieron los Dodos y no hubo palmeras nuevas.

Sin embargo, lo terrible sucedió al tercer año…
- No he visto ningún chupamiel esta primavera – le dijo Teresa a su esposo.
-Tienes razón- respondió Berto -bueno seguramente volverán el año que viene.

Berto no sabía que los Chupamieles no volverían. Como sólo hacían sus nidos en las palmeras de uno y dos años… y no había palmeras jóvenes, los pajaritos simplemente se fueron a otras partes. Pero al irse los chupamieles, nadie polinizó las orquídeas, y al año siguiente tampoco hubo plantas de orquídeas. Y tampoco hubo nidos de cangrejo, porque los cangrejos no encontraron las plantas donde los hacían.

Y al cuarto año, cuando Berto y Teresa bajaron a la playa a buscar nidos de cangrejo para usar su fibra suave, no encontraron nada.


-Berto – dijo Teresa asustada. ¿Qué habrá pasado, no hay ni un solo nido de cangrejo?
-Tienes razón, mujer, y eso si es terrible, porque mis tejidos ya no serán los mismos de antes, no serán tan suaves ni tan hermosos.
-¿Qué habrá sucedido? – se preguntaron ambos sin saber que ellos mismos eran los responsables de cuanto ocurría, por haber exterminado a los Dodos.

Ellos no sabían ni podían saberlo, pero tu si lo sabes ahora, así que si ves un Dodo, lo cual no será fácil, sabrás por que no hay que cazar un Dodo